lunes, 24 de diciembre de 2012

Vestir para ser visto

Así ocurre cada mañana que se toma conciencia de que vas a subir a la bici, vas a convivir con automovilistas y quieres ser antes que respetado, visto. Esta reflexión de Ciclismourbano.info pone a cavilar.
Comparar estas fotos me llevó a reflexionar. ¿Cuan serio se toman las autoridades de una ciudad o un país, la seguridad de sus ciudadanos en las vías? Cuando percibimos un entorno urbano más seguro, no sentimos la necesidad de “protegernos”. Mientras más negativa la percepción, mayor es el nivel de temor y mayor la sensación de vulnerabilidad de los habitantes, lo que lleva a las personas a refugiarse en sus casas y culturalmente, darle un carácter “positivo” o “correcto” al acto de vestir dispositivos de seguridad para cuando se entra en contacto con ese entorno agresivo, la ciudad.
¿Cual de ellas vive en un entorno más sano?
Hipótesis: Mientras más agresivo y ajeno es el entorno urbano, menor es la percepción de seguridad, mayor es la tendencia a promover y utilizar dispositivos de seguridad.
Hemos llegado al punto en que vestir dispositivos de seguridad es socialmente aceptado, lo asimilamos como parte de la cultura. Hemos crecido mal entendiendo que la ciudad es peligrosa y poco y nada podemos hacer para cambiarlo. ¿Que hemos hecho con nuestro entorno urbano que debemos protegernos de él de forma tan burda y artificial? Se lo regalamos a las máquinas y a la velocidad. Le restamos importancia a la calma, la lentitud, al ir despacio y a la pausa. Terminamos evitando el contacto social, el reconocimiento del otro. La transformamos en un lugar de paso, tierra de nadie.
Vestir dispositivos de seguridad es completamente entendible y aceptable cuando desarrollamos actividades en entornos tan ajenos (y a veces agresivos) a nuestra naturaleza humana, como nuestra presencia en la luna, cuando buceamos con tiburones, escalamos las montañas más altas del mundo, o explotamos los minerales de las entrañas de la tierra. O también cuando las máquinas tienen declarada mayor importancia, como en un puerto marítimo o en el “lado aire” de un aeropuerto, el centro de atención son los barcos, las mercancías y los aviones. ¿Pero en nuestras ciudades? no señor, ellas son nuestro hábitat, el lugar donde aprendemos, trabajamos, sociabilizamos, nos desarrollamos, nos encontramos. En la ciudad se trata de nosotros, las personas.
Y aquí es donde el Estado debe hacer la gran diferencia.
Primero, debe reconocer que en el medio ambiente urbano, la ciudad, hay un peligro suelto, el auto, con su velocidad, peso y volumen, es un vehículo que tiene un enorme potencial de producir daño y que está atentando contra la vida de todos, conductores y pasajeros, peatones, usuarios de la bici…
Segundo, comprender que es necesario controlar el transporte motorizado y restringirlo para mejorar la calidad de vida y disminuir de forma considerable la cantidad de lesiones y muertes que se producen anualmente por siniestros de tránsito.
Lamentablemente, hasta el momento, muchas autoridades prefieren mantener la situación tal cual está, privilegiando al auto. Para eso, nada les resulta mejor que pedir a los ciudadanos, mediante sus políticas públicas, que se protejan (muchas veces haciéndolo obligatorio). Así, de alguna manera, el Estado se “lava las manos” y deposita en los mismos ciudadanos toda la responsabilidad de mantenerse vivos y sanos en la agresiva condición de las vías urbanas, que están bajo las leyes del auto. Los ciudadanos, obedientes, vestirán dispositivos de seguridad y pondrán su fe en ellos, a tal punto que religiosamente predicarán los beneficios de usarlos y tildarán de irresponsables a quienes no los usen. Pero nada cambiará, no se salvarán mas vidas ni se evitarán más lesiones. Solo nuestras mentes estarán adormecidas, en una falsa tranquilidad porque creemos que estamos haciendo las cosas bien, tomando las decisiones correctas para protegernos.
Los dispositivos de seguridad no evitan accidentes, particularmente los del tipo armadura (cascos, rodilleras…) solo intentan mitigar, bajo ciertas condiciones, lesiones que podrían llegar a causar la muerte.
Ni un solo país, ni una sola ciudad en el mundo, ha tenido éxito en disminuir muertes y lesiones por siniestros de tránsito con la promoción y obligación de vestir dispositivos de seguridad. Mientras que es un hecho que en ciudades donde se ha reducido la velocidad de circulación, se ha disminuido de forma considerable las muertes y lesiones por siniestros de tránsito, logrando mejoras importantes en la calidad de vida de los habitantes.
Donde es entonces que se deben poner las fichas: En recuperar el espacio urbano y pensarlo primero para las personas, ciudadanos caminando, en bicicleta y en transporte público. Establecer políticas públicas que permitan recuperar la ciudad como el lugar donde los ciudadanos puedan desenvolverse con naturalidad, sin ser criminalizados por ello. Una de las medidas más costo-efectivas es la disminución de velocidades. Se debe erradicar las velocidades superiores a los 40 km/h de los centros urbanos y, si una mayor velocidad es necesaria, segregarla, separarla de los núcleos residenciales, comerciales, de esparcimiento… y llevarla lo más lejos de la ciudad. Restringir las velocidades y recuperar la calma, la escala humana, en nuestros asentamientos urbanos.
Tales medidas realmente salvarán muchas vidas y bajarán drásticamente la cuota de lesionados, mejorando nuestra calidad de vida, nuestro gusto por estar y compartir la ciudad, de disfrutar un entorno agradable y disfrutar la seguridad, porque nuestra percepción y nuestra experiencia urbana, es positiva.
No hay apuro, voy en bici.
(www.ciclismourbano.info)